jueves, 5 de septiembre de 2013

Lo que el maestro hace... Lo que el maestro es...

Dibujo de pizarrón de la maestra Carolina Rozas - 1° grado - La Semilla - 2013


“…mientras se preste atención únicamente a lo que el maestro hace, y no a lo que es, no se llegará a ser un buen educador e instructor. La ciencia espiritual de orientación antroposófica nos fue dada precisamente para que nos percatáremos del hecho de que el hombre influye en el mundo no solo por sus actos, sino, y en mayor proporción todavía, por lo que es. En efecto, existe una diferencia notable entre lo que se produce entre un maestro u otro cuando entran a un aula para impartir su lección a un grupo de alumnos. Esta diferencia no radica en su mayor o menor habilidad didáctica, sino en su actitud mental: el maestro concentrado en pensamientos que se relacionan con el hombre en cierne, ejerce sobre sus educandos un efecto distinto del de su colega que nada sabe de todo esto, ni hacia ello dirige su mente. Por ejemplo, ¿qué sucede en el momento en que ustedes reflexionan sobre las ideas aquí expuestas, es decir, en que empiezan a conocer el significado cósmico del proceso respiratorio y de su transformación por medio de la educación, o el del proceso rítmico que se desenvuelve entre el dormir y estar despierto?

Desde el momento que acogen tales ideas, algo en ustedes combate lo que es mero personalismo, y se eclipsan todos los factores que lo condicionan: así pierde fuerza algo de lo que predomina en el hombre precisamente por su condición física. Al entrar en el aula en semejante estado mengua de lo personal, se establece, gracias a ciertas energías internas, la debida relación entre educandos y maestro. Puede suceder que, en un principio, los hechos exteriores parezcan demostrar lo contrario: ustedes entran al aula y se encuentran con pilluelos y pilluelas que se burlan de ustedes. Si tal sucede habrán de sentirse tan fortalecidos por los pensamientos que constituyen el tema de este cursillo, que, lejos de perturbarse por esas burlas, las acepten como si fuera un meteoro exterior: por ejemplo, salieron sin paraguas y los sorprende un aguacero. No cabe duda de que es una sorpresa desagradable; y de que, por lo regular, el hombre hace una distinción entre caer víctima de la burla, o caer víctima de la lluvia por falta de paraguas. No se justifica esa distinción, no debe hacerse, sino desarrollar pensamientos tan vigorosos que nos permitan aceptar la burla cual si fuera un chubasco. Si semejantes pensamientos nos alientan y si les tenemos la debida fe, por mucho que los niños se rían de nosotros en el principio, lograremos una o dos semanas después, quizás más tarde todavía, establecer con los escolares la relación que consideramos deseable. Hemos de conseguirla pese a toda resistencia, y será posible gracias a nuestra autoeducación en el sentido indicado. Hemos de adquirir, primordialmente, conciencia de nuestra fundamental tarea pedagógica: la de hacer algo de nosotros mismos; el que nos percatemos que existe una relación intelectual o espiritual entre maestro y discípulo, y que entremos en el aula con la certidumbre de su existencia, por encima de toda palabra, de toda amonestación y de la práctica didáctica. Debemos atender todo lo externo mencionado, pero su correcto cultivo implica el que establezcamos, como hecho fundamental, la íntegra relación entre los pensamientos que nos saturan y los efectos que han de producirse en el cuerpo y alma de los niños como resultado de la clase. Toda nuestra actitud frente a la enseñanza sería incompleta si no lleváramos dentro de nosotros la convicción siguiente: nació el hombre y, con ello, se le dotó de la posibilidad de hacer lo que fue irrealizable en el mundo espiritual. Lo primero en la educación y enseñanza es lograr que la respiración del niño armonice con aquél mundo donde el hombre no podía llevar a cabo el cambio rítmico que corresponde a vigilia y sueño, tal como se lleva a cabo en el mundo físico  Mediante la educación y la enseñanza, hemos de regular este ritmo de manera tal que el "cuerpo biológico" quede debidamente insertado en el espíritu anímico o alma espiritual. Naturalmente que esto no es una abstracción aplicable en clase en forma directa; es una idea rectora sobre la entidad humana que debe normar nuestro criterio.”

                                            Rudolf Steiner

Extracto de la Primera Conferencia del libro “El Estudio del Hombre como base de la Pedagogía”