Dibujo de pizarrón de la maestra Carolina Rozas - 1° grado - La Semilla - 2013
“…mientras se preste atención únicamente a lo que
el maestro hace, y no a lo que es, no se llegará a ser un buen educador e
instructor. La ciencia espiritual de orientación antroposófica nos fue dada
precisamente para que nos percatáremos del hecho de que el hombre influye en el
mundo no solo por sus actos, sino, y en mayor proporción todavía, por lo que
es. En efecto, existe una diferencia notable entre lo que se produce entre un
maestro u otro cuando entran a un aula para impartir su lección a un grupo de
alumnos. Esta diferencia no radica en su mayor o menor habilidad didáctica, sino
en su actitud mental: el maestro concentrado en pensamientos que se relacionan
con el hombre en cierne, ejerce sobre sus educandos un efecto distinto del de
su colega que nada sabe de todo esto, ni hacia ello dirige su mente. Por
ejemplo, ¿qué sucede en el momento en que ustedes reflexionan sobre las ideas
aquí expuestas, es decir, en que empiezan a conocer el significado cósmico del
proceso respiratorio y de su transformación por medio de la educación, o el del
proceso rítmico que se desenvuelve entre el dormir y estar despierto?
Desde el momento que acogen tales ideas, algo en
ustedes combate lo que es mero personalismo, y se eclipsan todos los factores
que lo condicionan: así pierde fuerza algo de lo que predomina en el hombre
precisamente por su condición física. Al entrar en el aula en semejante estado
mengua de lo personal, se establece, gracias a ciertas energías internas, la debida
relación entre educandos y maestro. Puede suceder que, en un principio, los
hechos exteriores parezcan demostrar lo contrario: ustedes entran al aula y se
encuentran con pilluelos y pilluelas que se burlan de ustedes. Si tal sucede
habrán de sentirse tan fortalecidos por los pensamientos que constituyen el
tema de este cursillo, que, lejos de perturbarse por esas burlas, las acepten
como si fuera un meteoro exterior: por ejemplo, salieron sin paraguas y los
sorprende un aguacero. No cabe duda de que es una sorpresa desagradable; y de
que, por lo regular, el hombre hace una distinción entre caer víctima de la
burla, o caer víctima de la lluvia por falta de paraguas. No se justifica esa
distinción, no debe hacerse, sino desarrollar pensamientos tan vigorosos que
nos permitan aceptar la burla cual si fuera un chubasco. Si semejantes
pensamientos nos alientan y si les tenemos la debida fe, por mucho que los
niños se rían de nosotros en el principio, lograremos una o dos semanas
después, quizás más tarde todavía, establecer con los escolares la relación que
consideramos deseable. Hemos de conseguirla pese a toda resistencia, y será
posible gracias a nuestra autoeducación en el sentido indicado. Hemos de
adquirir, primordialmente, conciencia de nuestra fundamental tarea pedagógica:
la de hacer algo de nosotros mismos; el que nos percatemos que existe una
relación intelectual o espiritual entre maestro y discípulo, y que entremos en
el aula con la certidumbre de su existencia, por encima de toda palabra, de
toda amonestación y de la práctica didáctica. Debemos atender todo lo externo mencionado,
pero su correcto cultivo implica el que establezcamos, como hecho fundamental,
la íntegra relación entre los pensamientos que nos saturan y los efectos que han
de producirse en el cuerpo y alma de los niños como resultado de la clase. Toda
nuestra actitud frente a la enseñanza sería incompleta si no lleváramos dentro
de nosotros la convicción siguiente: nació el hombre y, con ello, se le dotó de
la posibilidad de hacer lo que fue irrealizable en el mundo espiritual. Lo
primero en la educación y enseñanza es lograr que la respiración del niño
armonice con aquél mundo donde el hombre no podía llevar a cabo el cambio
rítmico que corresponde a vigilia y sueño, tal como se lleva a cabo en el mundo
físico Mediante la educación y la
enseñanza, hemos de regular este ritmo de manera tal que el "cuerpo
biológico" quede debidamente insertado en el espíritu anímico o alma
espiritual. Naturalmente que esto no es una abstracción aplicable en clase en
forma directa; es una idea rectora sobre la entidad humana que debe normar
nuestro criterio.”
Rudolf Steiner
Extracto de la Primera
Conferencia del libro “El Estudio del Hombre como base de la Pedagogía”